Apocalipsis bebé by Virginie Despentes

Apocalipsis bebé by Virginie Despentes

autor:Virginie Despentes [Despentes, Virginie]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Sátira, Realista
editor: ePubLibre
publicado: 2010-09-15T00:00:00+00:00


* * *

Sola en la cocina, Vanessa se toma su tiempo. No había planeado hablar. Se repite que no tiene nada que reprocharse, nada que ocultar. No sabe dónde está la niña, apenas la conoce. No fue ella quien decidió verse con ella, no tiene por qué justificarse. A la detective le han contado la historia desde el punto de vista de la familia de François, claro. Y la otra, la que no dice nada, lo mismo, con esa pinta de gacela asustada. Ya han dictado sentencia, como todo el mundo. Nadie necesita escuchar la versión de Vanessa para condenarla.

Cuando vuelve con el café, la detective está en la terraza, apoyada en la barandilla de piedra, mirando la enorme antena que hay en la cima de la colina de enfrente.

—Es un transmisor potente. ¿No le asustan las ondas?

—No. Cuando llegué pensé que nos arruinaba las vistas, pero a la larga me gusta. Tiene su utilidad: dondequiera que esté en la ciudad, siempre sé dónde queda mi casa. Y, enfrente, está el mar.

—Visto así…

—Lo siento, no recuerdo su nombre.

Ganar tiempo. Otra vez. Hablar de otra cosa, hablar de cualquier cosa que le permita no tener que decidir qué le dice y qué se calla, lo que la otra puede oír y lo que es mejor esconder.

—Me llaman la Hiena.

—¿La Hiena? ¿Porque es usted un animal cruel, rápido y despiadado?

La mujer alta vacila un momento y luego sonríe por primera vez desde que llegó. Una vez más, una estrategia masculina, porque es fría y reservada, el más mínimo indicio de distensión, por ejemplo una sonrisa, adquiere un valor particular, y puede desencadenar otros.

—No. Tuve suerte. Un idiota me llamó así cuando empecé a trabajar. Y luego se me quedó. Podrían haberme llamado Garfield… eso habría resultado menos serio, pero igual se me habría quedado.

Mira a su alrededor. En el jardín de abajo, los árboles con flores rosas, el macizo de flores blancas, la enorme y flamante tubería nueva, de aluminio, pegada a la fachada de una antigua casa de piedra que antes de semejante injerto era bonita. Las macetas con rosales, colocadas en el suelo contra la balaustrada para protegerlos de los fuertes vientos que han azotado la región durante el invierno. Una planta que parece muerta trepa a lo largo de las paredes agrietadas, durante la semana han nacido unos cuantos brotes enormes de sus ramas desnudas.

—Debe de estar contenta de haber dejado París.

—La vegetación aquí es mejor, sí. Pero no soy muy aficionada a la botánica.

Vanessa ha preparado un litro de café, lo ha puesto en un termo verde, llena las tazas hasta el borde, la pequeña Lucie se ha apostado en otro rincón. Olvidar que sigue ahí resulta sencillo.

—¿Valentine vino a verla a Barcelona?

—Vino a verme, sí.

—¿Y no sabe dónde está?

—Ni idea. Ha desaparecido.

—¿No la había visto antes de eso?

—No. Supongo que los Galtan le han contado las cosas a su manera, ¿no?

—No. De usted no me han dicho nada. Dicen que se marchó cuando la niña tenía un año.



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